8/9/09

LA MORERA, CENTRO EDUCATIVO CULTURAL. 3 IDEAS


  1. La discapacidad como una situación social
Las personas adultas en situación de discapacidad mental conforman un heterogéneo y numeroso grupo social, cuyo rasgo unificador es una situación común: la de una exclusión social silenciosa e invisibilizada. No solemos presenciar manifestaciones, piquetes, discursos ni presencia mediática representativos.
La situación de discapacidad que padecen estas personas presenta características alarmantes desde una perspectiva de salud mental y derechos humanos, siendo depositarios de una violencia simbólica, y a veces física, aplastante (los cuerpos hablan también).
Las personas en esta situación experimentan grandes dificultades tanto para la actualización de sus propias potencialidades humanas de aprendizaje, expresión y comunicación, como limitaciones sociales para desarrollar su identidad y ser reconocidos en su legitimidad.
El hecho de reconocer la discapacidad como una situación posibilita sacar la mirada de la problemática exclusivamente en los sujetos designados, para poder considerar la complejidad que genera, atraviesa y reconstruye esta situación social. Invita a una comprensión dialógica sujeto-contexto; el hombre en el mundo-el mundo en el hombre.
  1. Paradigma del déficit y otras miradas posibles
La preponderancia del paradigma del déficit, paradigma que compara cuantitativamente a objetos / sujetos (en este caso, sujetos con algunas limitaciones funcionales) con un patrón o modelo sancionado como el normal, simplifica la complejidad de una situación que está atravesada por múltiples dimensiones.
Este paradigma del déficit utiliza discursos saturados de abstracciones, disyunciones y reducciones acerca de esta situación social, perpetuando así mitos y prejuicios, encubriendo mecanismos alienantes de exclusión social. Así, son comunes las simplificaciones de discapacidad = eterno niño; discapacidad = asexuado; discapacidad = dependiente; discapacidad = impulsivo (y/o peligroso); discapacidad = dis-capacitado…diferencia = diferente.
Apoyado en cierta concepción médica y pedagógica cuyos rastros conducen a los tiempos de la modernidad[1], este modelo continúa operando a través del lenguaje de la designación y de la exaltación. Es en la designación del otro como diferente y en la exaltación de esas diferencias como logra su eficacia estigmatizadora. Así, diferentes rótulos emergentes de diagnósticos clínicos son utilizados para señalar a sujetos y redirigir de esta manera sus destinos comunes de exclusión social. Creemos que este modelo poco nos ayuda a reconocer quién es el otro y a descubrir juntos sus potencialidades de participación e inclusión social.
A pesar de la fuerte presencia de este paradigma, existen otras miradas posibles: aquellas que proponen y sostienen como rasgo común la experiencia genuina del encuentro humano, de la experiencia compartida, con la ética previa a todo otro específico (Skliar, C. 2003). Estas miradas son las que propugnan por experiencias de reconocimiento del otro como auténtico otro en convivencia, por nuevas construcciones en relación a la alteridad, semejante y diversa.
  1. Experiencias de participación, aprendizaje y regeneración de la cultura
Desde estas miradas que asumen la complejidad de la situación de discapacidad, sostenemos que resulta necesario y urgente promover experiencias de participación en contextos educativos culturales.
La participación a la que hacemos referencia supone circulación de poder para elegir, decidir y expresar, en un contexto democrático de convivencia. Este contexto se propone, además, como un contexto educativo cultural.
El contexto es educativo en tanto campo de aprendizajes, en los cuales todo aprender es inherente al experimentar (Maldonado, H. 2004), y genera una transformación en la estructura del organismo que experimenta. Aquello que experimenta está en relación a convivir democráticamente, a formas solidarias de relacionarse con el otro, a ser partícipe activo del propio devenir.
El contexto democrático educativo es también cultural, en tanto que la participación deviene en procesos de conocimiento y producción de bienes culturales, procesos que integran a los individuos en su complejidad social, y condicionan, en bucle recursivo, el desarrollo de su complejidad individual (Morin, E. 2003).
Así, a través de la continuidad de experiencias participativas en este contexto educativo cultural, los participantes devienen artífices de su propia transformación individual, al mismo tiempo que devienen artífices del proceso de integración social.
Estos procesos participativos de producción cultural entrañan además la regeneración de la cultura, la manifestación y comunicación de otras concepciones y miradas. Se convierten en textos que nutren el contexto cultural. 
En este sentido, es necesario y urgente contribuir a la regeneración de una cultura de auténtico reconocimiento y respeto de la/s identidad/es humana/s.

Matías Jaimovich, Agosto 2009

[1] Ver, por ejemplo, Historia de la Locura en la Época Clásica. Michel Foucault, Fondo de Cultura Económica.

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